Rubén Darío y la basura

Rubén Darío y la basura

Lo que más impactó a los delegados del XI Congreso Panamericano de Escuelas de Hotelería, Gastronomía y Turismo, celebrado en Managua en septiembre del corriente año, no fueron nuestras bellezas naturales como las isletas; nuestras ciudades coloniales como Granada y León. Lo que más les impactó fue verla cantidad de basura regada por las calles de Managua. La delegación de Uruguay no podía creer que frente a la puerta de su Consulado había un charco nauseabundo y pilas amontonadas de basura. Notaban con sorpresa en sus recorridos por Managua que no había recipientes para depositar la basura y se asombraban de ver salir de nuestros buses toda clase de suciedades como bolsas de agua, hoja de plátanos, semillas de jocote, pedazos de yuca, etc. Menos mal que no llegaron en tiempos de Semana Santa para ver cómo quedan las playas después que una familia nicaragüense llega a pasar el día.

 

Los expertos internacionales en turismo coincidían que es imposible erradicar en el nicaragüense los malos hábitos de ensuciar, especialmente nuestras amas de casa que sacan la basura a la calle, llaman al carretón, le dan cinco pesos y este solamente camina cuatro cuadras y la deposita en el primer lugar baldío que encuentra. Solamente con una campaña, pero una campaña seria a nivel de escuelas de primaria y secundaria, se podrá crear en el nicaragüense una “conciencia ambiental” que permita erradicar el vicio de tirar la basura a la calle. Además de leyes que acompañadas de fuertes multas castiguen al depredador de nuestro medio. AI nica, cuando llega a los Estados Unidos, jamás se le ocurre tirar la chiva del cigarro desde la ventanilla del carro, ya que no se arriesga a pagar los quinientos dólares de multa.

 

 Hace más de cien años Rubén Darío denunció el desaseo de nuestro pueblo. En 1886 compone su poema “Los Zopilotes”, en el que nos habla de las inmundicias, de los perros muertos que nadie cuida de levantarlos y que se pudren en las calles y no hay autoridad para castigar al que ensucia. He aquí el poema.

Vinieron Sopes de Guatemala,

de Costa Rica y el Salvador;

y a un Zopilote de Nicaragua

le preguntaron: “Ho/a Señor,

¿Que’ tal de vida? Venimos flacos;

en nuestra tierra no hay que comer;

no hay perros muertos,

no hay inmundicias y hay polizontes,

¡que’ se ha de hacer!”

Y el zopilote de Nicaragua,

a sus compinches les contestó

—” ¡Quédense, amigos, en este suelo,

que otro más bueno nunca se vio!

Aquí tenemos en todas partes

marranos muertos y perros mil,

que nadie cuida de levantar/os

y que en las calles se pudren”-

“¿Sí?, dijeron todos los zopilotes:

pues nos quedamos mi buen señor.

Y vendrán otros de Guatemala,

de Costa Rica y El Salvador”.