Rubén Dario y el Tango

Rubén Dario y el Tango

Ernesto Sábato, en su libro de ensayos titulado “Tango Discusión y clave”, menciona, entre |as influencias literarias que pesaron sobre |os poetas populares argentinos, a Rubén Darío, reconociendo e| poeta nicaragüense como precursor de casi todo lo que fue |a literatura y la poesía latinoamericana desde 1890.

Hay una presencia rubendariana en |os grandes cantantes del tango argentino: Enrique Cadícamo en “La novia ausente” evoca e| paseo de la pareja de novios:  Y tú me pedias que te recitara esta sonatina que sonrío Rubén…  ¿La princesa esta triste que tendrá la princesa?

Vemos a Rubén Darío como cantor de la famosa calle Florida de Buenos Aires, en el tango de Carlos Pua:

“y ayer en el florido matutino

que cantara Rubén en verso fino,

te campanié de nuevo embelesado

Celedonio Esteban Flores en “Chapaleando barro’ escribe… Y no vas a creer que escribo en este lenguaje errante por ir las de interesante ni por pasarme de vivo. Sino por qué no hallo bien, ni apropiado ni certero, el pretende que un carrero se deleite con Rubén.”

Tuvo |a ocurrencia de parodiar a Rubén escribiendo una Sonatina a imagen y semejanza de la de Darío, pero completamente en lenguaje lunfardo, que comienza así:

“¿La bacana esta triste, ¿qué tendrá la bacana?

 Ha perdido la risa su carita de rana

Y en sus ojos se nota yo no sé’ que penar;

La bacana calla y la viola colgada

Aburrida parece de no verse tocar.

Vicente Greco, remedando aquello de

“La princesa esta triste

que tendrá la princesa…

En los versos de roben Darío, escribió un tango que titulo

‘La percanta está triste”:

“La percanta está triste, ¿qué tendrá percanta?

En sus ojos hinchados se asoma una lagrima, rueda y

se pianta.

La percanta está triste, no hace más que gemir…

Ya no ríe ni habla, ni canta, ya no puede dormir”.

El gran compositor de tangos. Catulo Castillo, hacia poesía levado por la fervorosa admiración que sentía por roben Darío, de quien se sabía de memoria muchas de sus poesías. En un artículo que publicó en Buenos Aires, y que me enviara el tanguero nica doctor Fernando Zelaya Rojas, nos describe físicamente a nuestro Rubén Darío:

“En uno de sus viajes a Buenos Aires visito nuestra casa. Mi padre lo invito a comer. Cuando l/ego, tuve la sensación de que era una especie de gigante. Hoy me parece que solo era la visión de un niño. Su gran melena, algo rizada, siempre estaba despeinada. Sus facciones tenían algo de chinote. Fumaba puros interminables y dejaba caer las cenizas sobre sus solapas.

Era corresponsal de La Nación en Europa y mi padre lo recibió como al embajador de la cultura universal. El día que vino a comer a casa se puso champagne en la mesa. En ese tiempo la botella valia tres pesos, una fortuna si se tiene en cuenta que un vigilante ganaba cuarenta

pesos. Darío hablaba con un leve acento   centroamericano, pausadamente, con voz grave y mezolaba su castellano con innumerables palabras francesas porque utilizaba el francés con soltura y se complacía en hacerlo.

Cuando le sirvieron el champagne, comenzó a revolver la copa con su habano para quitarle las burbujas.

Luego lo entendió. Bebía un trago y lanzaba una lente bocanada, ambas cosas con gran fruición. Cuando se fue, me regalo una fotografía autografiada.”