Una mañana a eso de las 8:00 un señor bien presentado, camisa blanca manga larga y de corbata, habla con la secretaria de la presidenta de UCC, doña Nejama Bergman, y le pide hablar con ella, tiene un caso urgente que plantearle, le entrega su tarjeta de visita: doctor Manuel Martínez Henderson, cirujano plástico.
Martínez cuenta que hace unos momentos tuvo un choque frente al portón de la universidad, que el taxista le reclama 1,500 córdobas, ya que le rompió el stop. Le dijo a doña Nejama que tenía el problema de que iba para el quirófano y si esperaba a la Policía tendría problemas. Que le prestara los 1,500 córdobas y que a las 10:00 de la mañana que llegara a su oficina se los mandaría a dejar. En un acto rápido, se quitó la cadena y se la entregó a la secretaria.
Doña Nejama se quedó perpleja y no sabía qué hacer. No vaya a ser que el doctor Martínez fuera amigo de su hijo Otto, que también era cirujano plástico. Como vio que el doctor tenía buena cara, le dijo a la Juanita, su secretaria, que le diera los reales. Agradecido el doctor Martínez Henderson salió raudo y veloz de la oficina.
A eso de las 11:00 a.m. doña Nejama le preguntó a la Juanita si el doctor había mandado los reales, a lo que contestó que no. De pronto la Juanita le dice: doña Nejama, la cadena se está sarroceando, parece que es de cobre. Eso no importa, Juanita, le dijo, muchos doctores usan el cobre para la artritis.
Como ya eran casi las 12:00, doña Nejama llamó al doctor Martínez, la secretaria del doctor le dijo que tenía una paciente, que si podía llamar en una media hora.
Efectivamente llamó y le dijo: hola doctor Martínez, cómo está usted, soy doña Nejama, la que le prestó los reales esta mañana. ¿De qué reales me está hablando? Que yo sepa no le debo nada, dijo el doctor.
Doña Nejama le contó todo lo que había pasado en su oficina por la mañana. El doctor le dijo que él no había salido del todo de su oficina.
En un último intento le preguntó que cómo era él, cómo era su físico. Soy blanco, pelón, bajo y medio gordito. Nada que ver con el que me vino a ver, le comentó; el de la mañana era alto, delgado, barba cerrada y pelo negro.
Entonces el doctor Martínez todo agitado le dice: Señora, yo conozco a ese tipo. Qué le parece que ayer en la tarde vino a mi consultorio y en un descuido se me robó todas mis tarjetas de visita.
Doña Nejama se despidió muy cordialmente del doctor Martínez Henderson, y le dice a su secretaria: Qué te parece, Juanita, se “volaron a una de leva”, la Juanita se sonrió y en sus adentros dijo: Qué va, “al mico más pintado se le cae el zapote”.
Otro caso de robo de identidad se dio en el parqueo del Hotel Intercontinental Metrocentro. Don Napoleón Masís llamó a la Rectoría de la UCC, diciendo que había enviado por fax una proforma sobre lo que costaba la reparación de su vehículo, por el choque que le había ocasionado el doctor Gilberto Bergman, y que cuándo podía pasar por el cheque.
Extrañado, tomé el fax, estaba su número telefónico y lo llamé, me presenté y le pregunté de qué se trataba el asunto, porque yo no entendía absolutamente nada, ya que yo no he chocado con nadie, y en la fecha que él dice, yo estaba fuera del país.
Don Napoleón, molesto, me dijo: Usted me chocó en el parqueo del Hotel Intercontinental Metrocentro, me dijo que era el doctor Gilberto Bergman Padilla, me dio su tarjeta de visita que contenía el número de su oficina y de su casa.
Charlamos sobre la universidad, el tango, me ofreció ser miembro del Club Gardeliano, y sobre algunos libros que yo había escrito, especialmente sobre Rubén Darío.
Insistí a don Napoleón, que yo no le había chocado porque me encontraba fuera el país. Entonces le pedí que llegara a mi oficina para que aclaráramos este asunto, ya que me tenía intrigado.
Ya en mi oficina me presenté como el doctor Gilberto Bergman Padilla.
Sorprendido, me dijo usted no es la misma persona con quien conversé en el parqueo, le mostré mi cédula y algunos libros escritos por mí, donde está mi foto. Don Napoleón miraba a la esposa y se puso todo nervioso.
Le pregunté por qué no había anotado el número de placa de la camioneta y el de mi cédula, me dijo que le dio pena porque era una persona muy reconocida y respetada, le di mi tarjeta, a lo que respondió que era igualita a la que le dio el tipo.
La verdad es que soy un pendejo, me dijo. Le regalé un CD de tango y un libro de Gardel.
Al despedirse, la esposa, encolerizada, le dijo: Viejo baboso, te dije que le pidieras la cédula. Pero vos no quisiste y ahora vas feliz con tu disquito y librito, sabiendo que mañana te toca pagar la reparación del carro.