El Sargento Lindo, jefe del comando policial de Diriamba, era visitante asiduo de la pulpería de Doña Sobeyda. Todas las tardes pasaba echando una platicadita en la que le contaba los últimos sucesos del pueblo. Además, tenía garantizada su taza de café con leche y una hermosa empanada rellena de piña.
Una tarde le comentó que mi hermano Saúl era cliente asiduo del billar de “Chiveto Culo”, y que él estaba muy preocupado, pues los billares son centros de vicio, venden guaro, se fuma y hacen apuestas. Mi mamá le dijo que ya le habían llegado a poner las quejas de mi hermano, que lo había regañado pero que era imposible que controlarlo.
El sargento Lindo le dijo que él podía darle una buena escarmentadita, y le garantizaba que no volvería a visitar esos antros de perdición. “Doña Sobeyda, no se preocupe; le vamos a dar su “pasadita de violín”, o sea un escarmiento”. “Que sea lo que Dios quiera sargento, con tal de que deje ese vicio del juego”.
A la salida del IPD (Instituto Pedagógico de Diriamba), como era la costumbre, mi hermano Saúl y sus amigos entraron al billar de Chiveto; se quitó la corbata y con ella amarro los libros. Estaba ensimismado en el juego que no se dio cuenta de dos alistados que portaban sus respectivos garands.
“Vos, chavalo, le dijeron, tenés que pasar, pues sos menor de edad y no podes estar en este lugar”. Mi hermano los quedo viendo y les dijo: “No estoy yendo a ninguna parte y déjense de molestar que ustedes no saben con quien se están metiendo”.
“Mira chavalo, jodido, o pasás o te damos tu culatazo”. “Ustedes no saben que el sargento Lindo es amigo de mi mamá, y cuando se entere que ustedes me quisieron echar preso, los van a tener su buen rato en la bartolina”. “O pasás o te verguiamos y dejá de hablar chochadas, que estas son órdenes del sargento Lindo”. Cuando mi hermano vio que los guardias estaban enojados, agarró los libros y salió hacia el Cabildo con un alistado a cada lado.
Cuando llegaron le quitaron la camisa y lo amarraron a un palo de Jícaro. Llamaron al preso de confianza de confianza y le dijeron que le diera “cuatro pasaditas de violín” al chavalo que estaba amarrado.
El preso de confianza saco una “verga de toro” (chilillo de cuero duro) y le dio el primer chilillazo que le produjo un enorme cardenal en la espalda; el segundo, tercero y cuarto chilillazo fueron espantosos.
Los gritos que pegaba mi hermano eran peores que los de una mona mal tirada y cuando terminó el castigo, salió en una sola carrera, que ni los libros recogió.
Llego a la casa pegando gritos y llantos. Cuando mi mamá le vio la espalda se pegó un enorme susto pues tenia cuatro enormes cardenales tan morados que hasta ganas de llorar le dieron.
“Rosa, Rosa – le gritó a la empleada, – tráeme una candela de sebo y manteca de cacao para ponerle en la espalda”. “Pobrecito muchacho, qué barbaridad lo que te hicieron, pero qué jodido estabas haciendo para que la guardia te hiciera esto,” – le preguntó.
“Mamá, mamá, perdóname. Estaba jugando billar donde Chiveto”. Mi mamá le volvió a ver y le dijo: “¿No te he dicho mil veces que no quiero verte en esos lugares que son antros de perdición y no es bueno visitarlos? Ya ves vos lo que te pasó, ¿Es que nunca vas a aprender?.