La Guanislama

Gilberto Bergman Padilla

Desde que estaba pequeño y aún de casado me he visto envuelto en asuntos de tirar las cartas, visitar espiritistas, uso de hojas para todo: ruda, altamiz, romero, cola de caballo y otras, pero de todas las que me acuerdo la guanislama es la más famosa, y de la que vamos a hablar más adelante.

Cuando me bachilleré dejé pendiente la clase de matemáticas, como andaba muy mal, un dia mi abuelita me dijo: “Mira hijo, para que no sigás preocupado, le voy a decir a tu tía Ligia, que te lleve al “Doctor”. “Para qué Doctor abuelita, si yo no estoy enfermo”, le dije. “Vos cállate y hacéme caso, que yo sé que es lo que hago”.

Con mi tía Ligia me fui a visitar al “Doctor”, que tenía su clínica en las afueras de Managua. Nos sentamos a esperar un turno. De pronto salió una mujer que fue saludada con mucha confianza por la Ligia, “¡Hola Rosita! ¿Cómo estás?” “Aquí te presento a Gilito que anda muy preocupado”. “Que pase entonces”. Entré y no vi ningún doctor.

La Rosita se sentó en un escritorio que tenía una bola de cristal, me tomó de la mano y de pronto se le puso helada y entró en “trance”, de su boca salió una voz gangosa con acento francés. Yo estaba mudo y muerto de espanto cuando de pronto me dijo: “¡Hola Gilberto! Soy el doctor Visnié y quiero decirte que no vas a tener ningún problema con el examen, voy hacer un trabajito y vas a aprobar tu clase”, salí asustado, no sé qué cosas más me dijo, pero yo estaba pálido. Esa noche hasta calentura me dio.

Un mes después fui al examen. El profesor Andino había avisado que no iba a llegar porque estaba enfermo. Aprobé el examen. De esto han transcurrido 44 años y nunca se me olvida la voz de la Rosita con acento francés.

Así que ya con mi título de bachiller, me marché a Europa un 10 de septiembre de 1958 y regresé un 13 de Marzo de 1968. Al día siguiente de mi llegada a Diriamba y cuando me fui a bañar, a la orilla de la lucha había un manojo de hojas dentro de una pana de agua, le pregunte a mi mama que para que eran esas hojas y ella me dijo textualmente lo siguiente: “Esas hojas son de guanislama, y son las que te van a traer suerte; por eso, después que te bañes, te echás encima la pana de agua y te frotas con las hojas”.

“Por Dios mamá” le dije, “no me explico cómo usted me quiere a mi usted hacer estas tonterías, yo vengo de Europa, he vivido diez años allá y todas estas cosas son puras superchería, así que yo no me estoy echando esa pana de agua”. Mi mamá, me volvió a ver y me dijo: “Mira, Gilito, te voy a contar una historia y si después que te la cuente no te queres bañar con la guanislama, ese es problema tuyo”.

Tu abuela Ángela, en la década del 40, tenía una fábrica de “ropa de partida”, es decir ropa casera. Cada 15 días ella viajaba a Tecolostote llevando toda la ropa en sacos ahulados, además de otras cosas. Allí se alistaban las carreteras y se montaba toda la mercadería destinada a la mina “La India”.

“Era época de invierno. Caía un gran aguacero y antes de llegar a la mina había que cruzar un río, pero con tanta lluvia estaba crecido y no podían pasar. Tu abuela estaba preocupada ya que si no llegaba antes de las doce del día los trabajadores no les iban a pagar los que les había dejado fiado la quincena pasada, y además perdería la mercadería porque tenía que traerla de regreso a Managua.

“En esa preocupación estaba debajo de su tienda, cuando paso un campesino que la conocía y le dijo: Doña Ángela ¿Qué le pasa que la veo muy afligida? ¡Ay Goyo! Si no cruzo este río me lleva la trampa y le conto todo su problema. Goyo salió de la tienda. Sacó el machete y de un machete y de un matorral corto unas hojas de guanislama. Se las entregó a tu abuela y le diga: lávese bien las manos, los brazos y frótese la cara con estas hojas y dije: guanislama, guanislamita, dame suerte que la necesito y la repite cinco vece. Tu abuela empezó a hacer lo que le había dicho su amigo Goyo.

“Al rato escampó y las carreteras pudieron pasar. Llegó justo a tiempo para cobrar lo que le debían. Al regreso, tu abuela, corto unas cuantas ramas se las trajo de Managua y las sembró en su jardín.

“A partir de ese día, tu abuela empezó a hacer grandes negocios. Solamente el terremoto le boto más de cincuenta casas. Viajaba a Europa, Estados Unidos. Te fue a visitar dos veces a España. Así que si te querés bañar o no, eso es problema tuyo”.

No lo pensé dos veces. Me bañe con la guanislama y me eche en mi cartera unas hojitas. A partir de esa fecha y hasta el día de hoy, ha sido mi compañera fiel. Jamás me he dejado bañar con guanislama. Más aún: la tengo sembrada en mi casa y en mi oficina. Cuando nos fuimos al exilio me la lleve a los Estados Unidos y en mi jardín de Boca Ratón (Florida) También la Sembré.

Lo más curioso de esta planta es que cuando me nombraron Embajador en la República de Argentina me lleve un piecito a Buenos Aires. Mi mujer me dijo: “No creo que vaya a pegar, ya que aquí el clima baja hasta los 3° y 4° bajo cero y se te va a secar”. Increíble: en el balcón de la residencia la guanislama se erguía verde y florida, mientras las otras plantas estaban tristes y marchitas en medio del crudo invierno argentino.

Desde el 14 de marzo de 1968, fecha de mi bautizo “guanislamico”, hasta el día de hoy, jamás me ha faltado nada. He podido educar a mis hijos en universidades extranjeras, he viajada por todo el mundo, etc, etc.

Eiza, mi mujer, me dijo una frase que nunca se me ha olvidado, refiriéndose a mi costumbre de usar la guanislama: “Yo no creo en brujerías ni en brujas… pero que las hay, las hay”.