Hollywood Y Las Tortugas

Gilberto Bergman Padilla

La llamada del embajador de Inglaterra a la Dirección Nacional de Recursos Naturales, de la cual era director, en el año de 1970, solicitándome una audiencia para recibir a Sir Francis Chichester y unos reporteros de la BBC de Londres, fue una gran sorpresa.

Recibir y conocer nada menos que a Sir Francis Chichester, el “lonely Saylor”, el navegante solitario, el hombre que le dio la vuelta al mundo a los 65 años en un velero de apenas 16 metros, desde Inglaterra hasta Australia, doblando los tres cabos de Buena Esperanza, Leewin y Hornos.

Ya pueden imaginarse la emoción que tenía, especialmente porque mis estudios de posgrado los hice en Londres.

A las 9:00 de la mañana del 15 agosto de 1970 mi secretaria me anuncia la llegada, los hace pasar a la sala de conferencia y cuando llego casi me da un infarto, acompañando a Sir Francis está nada más ni nada menos que Candice Bergen, la famosa actriz de cine norteamericano, una impresionante rubia, quien había trabajado con James Bond, y se le conocía como una de las “Chicas Bond”. Ustedes no pueden darse ni idea, me llevaba una cabeza, de minifalda y con unas chichas que casi se le salían de la blusa.

El embajador inglés hace las presentaciones, me hace escuchar una grabación que comienza con un niño llorando durante casi medio minuto.

—y por qué llora el niño —le pregunto
—No Dr. Bergman —no es un niño, es el llanto de una tortuga que están matando en una planta en Bluefields, cuya carne será exportada a los Estados Unidos-

Luego los reporteros de la BBC empezaron a preguntar y lo único que les respondí, que yo cumplía con la ley, dijeron que los nicas éramos unos salvajes, criminales. Ellos andaban en una campaña para prohibir la matanza de las tortugas.

—Estoy en un todo de acuerdo con ustedes, les prometo hablar con mis superiores para prohibir la matanza de tortugas. Me lo agradecieron, Candice me dio un abrazo y un beso en la mejilla.

A la 1:00 p.m. recibo una llamada de Casa Presidencia para invitarme a una cena en honor a Sir Francis Chichester, 7:00 p.m. Traje: smoking. Con señora.

—Mi esposa Ezia no puede, ayer nació mi hijo Piero.
—No importa, venga solo. Y por qué no invitan al ministro de Economía, que es mi superior?
—No habla inglés, y en esta cena solo se hablará en inglés. Llego a Casa Presidencial. Antes de pasar a la mesa sirvieron unas boquitas de caviar “Beluga”, fuagrás de pato, salmón noruego y lo tradicional que estaba de moda, champagne “Dom Perignon” en vaso largo con hielo.

Ya en la mesa por poco me desmayo. Como primer plato, “consomé de tortuga”. Menos mal, ningún comentario.

Platicando animadamente se encontraba la primera dama con Candice Bergen, voltea la cabeza, y con su vocecita media ñaja, le dice a la actriz.

—Candice, en esta casa tenemos terminantemente prohibido comer carne de tortuga y mi marido lo sabe. Tacho me queda viendo y me comenta:

Lo que son las mujeres, no se dio cuenta que el primer plato era sopa de tortuga, a partir de eso el tema de la recepción fueron las tortugas.

Candice arremetió contra el presidente sobre la barbaridad que hacíamos en Nicaragua con las tortugas. Luego una orquesta de violines tocó música romántica, lo que aprovechó el presidente para echarse un par de bailes con la americana.

De pronto, el presidente me dice:

—Para mañana en mi Despacho, prepáreme un Decreto donde se prohíba la matanza, exportación de carne de tortuga y sus derivados. Solo se podrán matar para alimentación de los habitantes del lugar.

Candice le dio tremendo abrazo que hizo sonrosar a la primera dama, todos brindaron y me fui al hospital a ver a mi mujer. A las 11:00 de la mañana me reúno con el presidente, me pide el Decreto, saca su pluma para firmarlo, lo interrumpo y le digo:

—Con la firma de este Decreto señor presidente, se cancela la planta de procesamiento de tortugas de Corn Island, que es de su propiedad. En tono ceremonioso, me dice:

—Esto se hace porque mi gobierno cuida de sus recursos naturales, y está comprobado que “la tortuga es una especie en vías de extinción”.

Cuando estaba a punto de firmarlo le pregunto

—Y no va a leer el Decreto.
En tono serio me mira y me dice:

—No lo leo porque espero que el Decreto esté conforme a mis instrucciones, y en todo caso, si se equivoca:

Primero: Lo corro y después lo echo preso.