El Restaurante Más Antiguo Del Mundo

Gilberto Bergman Padilla

El primer día de mi actuación como Embajador de Nicaragua en la República Argentina, no fue nada agradable, ya que sin ni siquiera haber conocido el personal a mi cargo, una señora con una cara de pocos amigos me estaba esperando en la puerta de la Embajada. ¡Era la dueña de la casa!

Me reclamaba US$ 20,000 (veinte mil dólares), que según ella, era el pago por la destrucción de su casa efectuada por la administración anterior, ya que le habían destruido paredes y muebles, pero lo peor fue el «humo». Que la humazón era tan fuerte que las cortinas cambiaron de color: de blancas a color «ahumado». Yo me imaginaba como las cuaiadas chontaleñas

Me cuenta la señora que durante tres días funcionarios del gobierno sandinista se encargaron de pegarle fuego a todo los doc umentos de la Embajada, que la parrilla ardía de tal forma que hasta los bomberos tuvieron que llegar.

La quemazón de todos los documentos de la Embajada se debió a un telegrama recibido de Managua que decir textualmente «destruir documentos sensibles». Pero como no estaba el Embajador, la Encargada de Negocios entendió que había que destruir todos los documentos de la oficina. Después de investigar, llegue a la conclusión que el reclamo no tenía razón de ser y me pareció inverosímil.

Le expliqué a doña Mabel, pues así se llama la señora, que no se preocupara: que iba a hablar con el canciller Enrique Dreyfus para que le cancelaran el adeudo. Mientras llegaba la plata, iniciamos una buena amistad que duró los siete años que fui Embajador. Cada vez que nos reuníamos le decía que estaba gestionando el pago, pero como los sandinistas dejaron el país quebrado, a doña Violeta le era difícil mandarle a pagar.

Terminada mi misión y a los pocos meses de mi llegada a Nicaragua, me llamó por teléfono, diciéndome que venía personalmente a Nicaragua para cobrar su plata, que por favor le consiguiera una cita en el Ministerio de Relaciones Exteriores y que le reservara el mejor hotel de Nicaragua. Agrego que sólo venía por tres días.

 Doña Mabel y su esposo Adolfito llegaron a Nicaragua. Los recibí en el salón VIP y les reservé el Hotel Intercontinental la Pirámide; antes de registrarse, pidió ver las habitaciones, bajó media molesta y me dijo «¡Che, Gilberto!, esto no es un cuarto de hotel cinco estrellas. No puedo dormir en una habitación tan chica. Búscame otro hotel». La llevé al Hotel Las Mercedes y tampoco le gustaron las habitaciones; fuimos al Camino Real y se acomodó allí.

Al día siguiente le di un tour por Managua y desde que se subió al carro empezó a decirme “ Che, ¡Gilberto!, qué ciudad más sucia, qué gente más fea, parecen todos beduinos. No hay un centro, cuántos niños pidiendo plata. Le tuve que explicar que el terremoto había destruido la ciudad, que por esa razón no teníamos un centro, que Nicaragua era el país más pobre de Latinoamérica, etc., etc.

Nos fuimos a comer a Los Ranchos y cuando le sirvieron el churrasco, lo levantó con el tenedor y me dijo «¡Che, Gilberto!, esto es una suela de zapato, ¡esto no es ni siquiera un cuarto de un bife argentino!». Se puso argumentar con el mesero de que por qué tenía que pagar el 10 por ciento de propina obligatoria, que si la propina es obligatoria entonces no era propina» La cuestión es que salí medio molesto del restaurante y nos fuimos a mi casa a tomar cafeé

En mi casa estaba construyendo un muro. Se acercó al maestro constructor y le dijo que lo que estaba haciendo era una porquería, ya que el hierro que estaba usando no era del calibre adecuado, y la mezcla de cemento y concreto era muy débil. Total: me hizo botar todo el trabajo.

Ya no hallaba qué hacer. Todo lo que le enseñaba tenía defecto y lo peor era que Adolfito su marido, que le doblaba la edad, a todo le decía que sí

Al día siguiente, nos fuimos para Montelimar. No había entrado a su cabaña» cuando empezó a decir, «iChe, Gilberto, esto no es el trópico!, esto es un desierto, ¿cómo es posible que con tanta luvia no hayan árboles suficientes en este lugar?». No quiero aburrirlos contándoles lo que sucedió cuando fuimos al buffet. Todo, hasta la arena del mar, la vio negra, ya que ella esperaba encontrar las blancas arenas del Caribe.

Fuimos a Cancillería. Habló con el Secretario General presentó su escrito y le prometieron que le iban a mandar el cheque. Sólo me quedaba un día, así que le dije que si quería ir a conocer el «restaurante más antiguo del mundo»

«Che, Gilberto, vos estás loco, el restaurante más antiguo está en Madrid y se llama Botín y data del año 1725». Le dije que en Nicaragua teníamos uno que fue fundado en el año 1580 y que el lugar era famoso, porque ahí se firmó la paz entre el cacique Diriangén y los españoles. Le conté la historia sobre Diriangén que mató a los españoles mientras dormían, pero después vinieron más españoles y mataronotro montón de indios, pero al final decidieron firmar la paz

Como Diriangén era diriambino, se debía buscar un lugar neutral y escogieron la ciudad de Masatepe. Allí en un restaurante, se firmó la paz. No lo podían ni creer, así que nos fuimos a conocer al restaurante más antiguo del mundo. Llegamos a Masatepe y en una estrecha callejuela habían como treinta camionetonas. Les dije que este lugar, por su importancia histórica, es visitado por diplomáticos, artistas y gente pudiente de Nicaragua.

Entramos al Mondongo de la «Néstor». «Mirá Adolfito, como en tiempo de la conquista la cocina era de leña y no tiene ladrillos el piso, nos sentamos bajo unos árboles y le  expliqué que «lo que los españoles y los indios comieron fue sopa de mondongo con chicha bruja o aguardiente»

Les expliqué que los españoles quedaron tan fascinados que la receta se la llevaron a España y allí se conoce como «callos a la madrileña». Luego pasó a ltalia y la llamaron trippa a la romana».

¡Che Gilberto!, y estos perros ¿qué hacen bajo la mesa?» Bueno, Mabel, éstos además de comerse los huesos son los mejores amigos del indio

Pedimos las respectivas sopas de mondongo con una media de ron plata. Como a Adolfito no le gustaba la sopa, ordenamos solamente la carne; era asombroso ver a doña Mabel, empinándose su trago de guaro y bebiéndose su sopa de mondongo mientras, yo le contaba las hazañas de los indios nicaragüenses

Al terminar de comer me dijo: «Che, Gilberto!, la verdad es que cuando regrese a Buenos Aires, mis amistades del Jockey Club no me lo van a creer. Imagínate vos lo que significa comer en un lugar como éste»

«¡Che, Gilberto! ¿Dónde está el toilette?» i Mira, Mabel !, está al fondo del patio. En Nicaragua se llama «pompón», y tiene dos banquitos, pues nuestros indios eran muy chismosos y ¿qué mejor lugar para hablar mal del vecino?» Así que ella tenía que ir con Adolfito. Se fueron al «pompón». Yo no sabía cuál iba a ser la reacción, pero los vi venir tomados de la mano muy contentos… Ella me dijo: «esto es maravilloso: mejor que la letrina de nuestra estancia de la Patagonia, pues allí los pompones no tienen banquitos».

Regresamos felices y contentos a Managua; ella hablaba y hablaba del restaurante más antiguo del mundo y que la había pasado muy bien. Al día siguiente los llevé al Aeropuerto y la vi partir con una cara de felicidad, pensando que al llegar a Buenos Aires la estaría esperando un hermoso cheque de veinte mil dólares.