Agustín Bermúdez, alias “Tin Hueso”, fue electo alcalde de Diriamba. Su elección era fruto del pacto entre los conservadores y los liberales del pueblo, ya que por mérito la Alcaldía le correspondía a Pedro Martínez, alias “Pedro Rosquilla”. Es curioso que en los pueblos todo mundo tenga un apodo desde humorístico hasta vergonzoso. En los viejos tiempos, Diriamba era una ciudad pujante; el café, conocido como oro verde, rendía buenos dividendos a los cafetaleros y por las calles se veían circular los enormes carros norteamericanos. Incluso yo llegué a ver verdaderas joyas de carros europeos. Diriamba era alegre. El Diriangén, su equipo de Fútbol, generalmente campeón en todas las ligas. Bueno, volvamos a “Tin Hueso”, nuestro brillante alcalde del pueblo y a quien se le decía de apodo Hueso”, porque era tremendamente delgado y “Tin” que es el diminutivo de Agustín.
El ajetreo en la ventana de mi mamá era infernal: una quería hielo. Otra una raja de leña. Una curita, una pastilla Divina. Alguien estaba enfermo y necesitaba un Numotizine. El otro pedía su brillantina Glostora o los que iban a jugar fútbol necesitaban su sudaxil y los que estaban quedando calvos necesitaban comprar su Tricófero de Barry. En fin, el stock de la ventana era increíble. En una de esas sonó el teléfono, mi mamá corrió y contestó: “¡Haló! ¿Quién habla?”. Una voz le contestó: “Soy yo, Doña Sobeyda: Tin, el alcalde”.
– “Mire, doña Sobeyda. Sucede que estamos remodelando el panteón y vamos a construir una calle pavimentada desde la entrada hasta el final, precisamente donde va a pasar la carretera están dos hijos suyos enterrados. Lo que quiero es que me autorice a sacar los huesitos de los niños y trasladarlos a otro lugar”. Mi mamá le dijo: “Está bien, pues” y le colgó.
Jamás en la vida he podido tener una conversación telefónica con mi mamá que dure más de medio minuto. Es una cosa increíble tres o cuatro palabras y te cuelga.
Un par de meses después volvió el teléfono a sonar y Tin le comunicó a mi mamá que la carretera iba muy bien, que ya se estaba acercando a las tumbas de sus hijos Abraham e Isaac; pero que antes de proceder a desenterrar a los muchachos había que hacer los siguientes trámites: treinta pesos a la Alcaldía; cien pesos pago al forense; treinta pesos al Director de la Policía para estar presente en el acto; veinte córdobas al de la sanidad y ochenta pesos a los trabajadores por trasladar los restos.
Prácticamente, mi mamá escuchó y cuando Agustín termino de hablar le dijo:
– Tin, ahorita estoy muy ocupada, así que echale la carretera” y colgó.
Luego, volviendo a ver a mi hermana Sonia, le dijo: “Este alcalde no tiene idea de lo que cuestan los riales, imagínate que me está pidiendo que le pague por unos huesos muertos. No se da cuenta que tengo cuatro hijos que hay que mantener, pago de la escuela y lo que chorrea . El dos de noviembre de ese año mí hermana Nejama y yo fuimos al cementerio. Llevamos unas flores para nuestros hermanos. Entramos por la puerta principal, pero nunca encontramos la tumba, ya que estaba debajo de una hermosa carretera recién pavimentada.