Donde no hay Ganancia… La perdida es segura

Gilberto Bergman Padilla.

La noticia que me habían dado la mañana del 23 de abril era espantosa. Estaba a punto de perder mi casa de la Carretera Sur, que alquilaba en dólares a la Embajada de Chile. El Proyecto de Ley Reguladora de la vivienda decía textualmente:

«Arto. 1 Se transfieren a la propiedad del Estado, para ser administrados por el Banco de la Vivienda de Nicaragua, todos aquellos inmuebles actualmente usados como casa de habitación y que no se encuentren habitados total o parcialmente por su propietario con el objeto de adjudicarlos en propiedad a los inquilinos u ocupantes conforme lo que establece esta ley.

Como mi casa estaba en poder de una embajada había la exclusión y es que pasaría, en vez de los dueños, a ser manejada por el Banco. La ley fijaba una indemnización para el dueño del inmueble, que era el valor catastral pagadero en veinte años, en bonos.

Sonó el teléfono. Era el licenciado Ulises Muñoz, gerente de John May. Me tenía una excelente noticia: había conseguido dos videos y me los iba a prestar. En esa época, no había cable, ni se podía ir al cine. Los nicas que nos habíamos quedado en el país nos divertíamos intercambiando videos. Incluso teníamos nuestro propio club

Fui a la casa de mi amigo en compañía de mi mujer. Me invitó a comer y a echarnos unos tragos. Un amigo vino de los Estados Unidos y le trajo un par de botellas de whisky Nos sentamos. Mi mujer se fue a la cocina a platicar con la esposa de Ulises, y nos quedamos hablando del único tema: la Revolución

Golpearon a la puerta. Llegaba a visitarlo un tipo de nombre Sergio Ramírez (nada que ver con el escritor Ramírez Mercado), compadre de Ulises. Mientras nos echábamos los tragos, empecé a hablar en contra de los sandinistas. La retahíla no tenía fin. El compadre Ramírez escuchaba con suma atención asentando con la cabeza lo que yo hablaba. Dos meses después, la Policía llegó a buscarme; mi empleada, muy asustada, me dijo: «Doctor, lo vienen a traer». Inmediatamente llamé a un pariente. Le dije: «venite volado porque me van a echar preso, quiero que te fijés a dónde me llevan». Los policías esperaban pacientemente,

mientras terminaba de bañarme.

Me llevaron a la Plaza el Sol para interrogarme. Entré a una oficina donde un oficial de apellido Pastrana me miró muy colérico, diciendo: «¡Entiendo que usted doctor, se dedica sistemáticamente a hablar mal e insultar a miembros de nuestra Dirección Nacional y despotricar en contra de nuestros ministros!». Le contesté que eran puros cuentos e inventos todo lo que le habían contado. «Nada de cuentos ni inventos. Aquí tengo al compañero que le escuchó decir esas barbaridades en una fiesta en el barrio Belmonte hace dos meses»

Le expliqué que nunca había estado en el barrio Belmonte en ninguna fiesta. «Cómo que no, me gritó aquí está la persona que lo escuchó». En esos momentos entró un tipo a verdad es lo he visto en vida, mucho menos en una fiesta. Yo solamente asisto a fiestas de mis amigos y este no es mi amigo, además ni de mi CDS es». «Acaso no estuvimos en la casa de don Ulises Muñoz»-me increpó-. Entonces me acordé de la cara. «¿Pero de qué fiesta me está hablando este tipo? Si éramos solamente tres personas echándonos unos tragos». Pastrana le preguntó a Ramírez que cuántas personas eran, y respondió que tres, lo cual desvirtuaba lo de la fiesta. El interrogador empezó a dudar, situación que aproveché para decirle que llamara al dueño de casa, y le preguntara si era verdad que yo había hablado mal de la Revolución. Mi miedo era que me aplicaran la Ley sobre Mantenimiento del Orden y Seguridad Pública por andar hablando mal de la Revolucióin

Pastrana me preguntó dónde podía localizar a Ulises Muñoz. Le di el número telefónico, llamó y le dijo que viniera a la Plaza el Sol; mientras tanto, me encerraron en una oficina, donde permanecí de 5 a 6 horas. La verdad había perdido la noción del tiempo Antes que oscureciera, Pastrana me llamó a su oficina y me dijo textualmente: «Por esta vez te vas a ir. Cuidá lo que hablás porque la próxima vez te mando directo a la Zona Franca por contra”. Luego le dijo a un policía que me acompañara al portón. Eran casi las 6 de la tarde. Estaba oscureciendo y no me quedaba más remedio que caminar hasta mi casa. En eso apareció un amigo chinito manejando un Lada, que tenía una venta de capotes ahulados frente a la Plaza del Sol y me dijo: «doctol Belman qué hace poli aquí». «Chinito, por favor dame raid a mi casa»

«Si doctol, no se pleocupe, con mucho gusto lo llevo» Al llegar a mi casa me estaba esperando Ulises. Todo afligido, me dijo: «Perdóname, hermano; no sabía que ese desgraciado de mi compadre era oreja. Sabía que era jefe de manzana de los Comité de Defensa Sandinista, es decir, ojos y oídos de la Revolución; pero nunca me imaginé que fuera a denunciar a uno de mis amigos». «No te preocupes, pero contame: qué fue lo que le dijiste al policía»

El interrogador me preguntó sobre vos, qué hacías, en fin, todo lo que yo supiera acerca de tu vida. Le dije que eras mi abogado, y que te había invitado a mi casa a echarmo unos tragos, que se apareció el compadre Ramírez y se unió a la mesa de tragos. «¿Es decir que Ramírez también estaba bebiendo guaro con ustedes? pregunto Pastrana Pues claro, si entre los tres nos bajamos casi las dos botellas de whisky. Pero dígame, me insistió, habló Bergman mal de la Revolución, si o no». «La verdad, compañero, es que no me acuerdo, pues estábamos hasta el cerco, y no escuché al doctor hablar mal de la Revolución. Me miró medio arrecho.» «Gracias por venir, puede marcharse»

Me puse a reír. Miré a mi amigo y le dije: «Chocho, hermano, vos sos un genio al inventar semejante historia. Si apenas nos echamos cuatro tragos cuando ya tu mujer nos sirvió el almuerzo»

En lo que se fue Ulises llegó mi mamá toda nerviosa. Me miró directamente a los ojos y me dijo: «Ve, Gilito: ya está es la segunda carceleada que te pegan; de la tercera no te vas escapar. Así que nada vas a ganar con andar hablando chochadas en contra de los sandinistas. Te advierto y que no se te olvide: «Donde no hay ganancia… la pérdida es segura.»