Doctor, ¿Dónde Le Pongo el C…?

Gilberto Bergman Padilla

La palabra final del título de esta historia, en este país es espantosa. Puede ser vulgar, chancha, de mal gusto, y otros. Pero el cuento es verdadero y no puedo ocultarla.

La primera vez que oí la palabrita en cuestión fue cuando viajando en tren, entre Barcelona y Salamanca, en un vagón de ocho pasajeros, una señora que venía con su niño que lloraba a mares exclamó: “Coño o te callas o te pongo el culo como un tomate”.

Tenía 18 años y pensé qué señora más vulgar decir semejante palabrota. La segunda vez fue cuando un alumno en mi clase de Derecho Procesal dijo que el profesor tenía anteojos como “culo de botella”.

Viviendo en España con el tiempo me di cuenta que la palabrita era de uso común y silvestre.

Cuando tenía 29 años era la contraparte oficial de un proyecto que Nicaragua tenía con Naciones Unidas para la prospección de aguas en León y Chinandega. Mi misión era elaborar un proyecto de Código de Aguas para Nicaragua.

El director administrativo del proyecto era el coronel Rodolfo Dorn Baldivia, hombre afable y quien me había tomado mucho cariño. Con él tenía grandes pláticas, me hablaba de sus hijos que estudiaban en Brasil, de otro que estudiaba en Alemania y en fin hicimos una gran amistad.

El coronel era dueño de un Jeep Land Rover, y como ya estaba medio viejo, decidió venderlo para comprarse un Jeep Willis. Lógicamente, siendo su amigo y abogado, me pidió que le hiciera la Carta de Venta.

Las oficinas de Naciones Unidas se componían de una gran salón, a ambos lados había cubículos y al fondo estaban las secretarias. Mi oficina estaba al frente.
Llamé a Ingrid, una de las secretarias y le entregué una hoja de papel sellado, el papel sellado o papel oficial tiene líneas y márgenes. Le pedí a Ingrid que por favor no se saliera de los márgenes y que escribiera dentro de las líneas.

De pronto, desde el fondo del salón se oyó un grito: “¡Doctor, dónde le pongo el culo!”

El ingeniero Logan, jefe del proyecto de Naciones Unidas, abrió su cubículo y le preguntó: “Ingrid, what culo are you talking about” (De qué culo está usted hablando).

Yo no hallaba qué hacer, la llamo a mi oficina y le digo en forma molesta: “¿De qué jodido estás hablando?” Ella muy tranquila me dice: “Lo que pasa doctor es que usted me dijo que no me saliera de los márgenes del papel, entonces fíjese usted, que aquí dice ‘vende un vehículo’, si lo pongo todo seguido se sale del margen, pero si lo pongo en la línea de abajo quedaría solo lo palabra ‘culo’ y se vería muy fea. Por eso le pregunto dónde quiere que le ponga el culo”.

“Ingrid, por favor ponlo en la línea de abajo y anda sentate a tu lugar, que todo el mundo nos esta mirando”.

Esto fue motivo de chismes y risas en todo el Ministerio de Economía, no me van a creer que hasta el Ministro me preguntó del incidente.

Lo que son las cosas de la vida, 28 años después, el Gobierno de doña Violeta me nombró Embajador en la República Argentina.

Un día recibo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Managua un fax en el que me nombraban Representante Oficial del Gobierno de Nicaragua ante la Conferencia sobre “Usos Pacíficos de la Energía Nuclear”, a celebrarse en el Centro Atómico de Bariloche, en la Patagonia, Argentina.

Habían delegados de todo el mundo. Yo me preguntaba que para que me habían mandado, si los nicas no teníamos nada ver con energía nuclear, pero así son la cosas en la Diplomacia.

Con toda la solemnidad del caso comenzó la reunión. Intervino el Representante de la Comisión de Energía Nuclear y luego los americanos, rusos, norcoreanos, iraníes, israelitas, en fin todos los que tenían proyectos nucleares.

Después de que todo los que estaban en agenda hablaron, pasamos al almuerzo, pero antes de ello, pidió la palabra el delegado de Estados Unidos diciendo que le solicitaba a la distinguida delegación del Gobierno de Nicaragua una “bilateral”, es decir una reunión en privado. A lo que con mucho gusto acepté.

El enviado me preguntó si la reunión la quería en un local especial o en las habitaciones del señor Embajador en Misión Especial de los Estados Unidos, a lo que les contesté que con mucho gusto iría a la habitación.

No paraba de preguntarme de qué íbamos hablar. Yo pensaba que a lo mejor me preguntaría de los misiles que los sandinistas tenían escondidos en alguna parte de Nicaragua o algo parecido.

Cuando llego a la habitación están dos marines en la puerta, entro a la suite y un hombre joven, de unos cuarenta y pico de años, en mangas de camisa y con un whisky en la mano, me saluda todo amablemente.

“Siéntese Embajador —me dice— que le ofrezco, vodka, vino, whisky”… Yo ya medio calmado le pido un Black Label doble en las rocas, que me tragué en un santiamén, luego me sirvió otro y nos sentamos a platicar.

Me contó que su padre había trabajado en Nicaragua en un proyecto de Naciones Unidas y que había sido su amigo. Cuando vi que el embajador americano era de apellido Logan inmediatamente me di cuenta que era hijo de John Logan, mi contraparte en Nicaragua.

“Claro que sí, tu padre era gran amigo mío, y me acuerdo de ustedes que eran bien chavalos cuando vivían en la Colonia Beckling”.

Después de una breve charla me dijo: “Embajador, papá siempre hablaba de una secretaria llamada Ingrid, y nos relataba una historia muy jocosa. Podría usted contarme cómo fue eso de: ‘Doctor dónde le pongo el culo’”.