El rugido de su cuadriciclo ponía eufórico a Demetrio, un sesentón que se paseaba desde Pochomil hasta Montelimar los fines de semana que pasaba en su quinta de Masachapa. Venía a todo mamón cuando vio a una chavala de unos 14 años vendiendo collares, frenó como desesperado y preguntó el precio, la chavala toda pizpireta le dijo que a cinco pesos cada uno. Le dio cien pesos por 20 collares, con la condición que se montara a dar una vuelta en la moto. La chavala le dijo que sí, agarró los cien pesos y se montó. Demetrio la llevó por un rato y luego la dejó en Pochomil.
Al día siguiente la volvió a ver y le compró otros cien pesos en collares y la invitó a comer un Eskimo en el parque de Masachapa. Pasaron alegres Matilde, que era el nombre de la chavala, le dijo que la buscara el próximo fin de semana.
El siguiente fin de semana se encontraron y se fueron a pasear a la Boquita, donde comieron pescado frito y se echaron un media de Flor de Caña. Al regreso estacionó el cuadriciclo en la playa, la Matildita lo acariciaba, le daba sus mordisquitos en el rabo de la oreja, muy emocionado Demetrio le pidió la “pruebita” pero ella le dijo que no.
Al día siguiente fueron a comer a San Rafael del Sur y en el restaurante pidió como de costumbre su media de Flor, Demetrio se paró en un motel y le dijo que quería estar con ella un ratito. Sin vacilar aceptó.
Demetrio estaba todo excitado. Cuando se metió en la cama ella le hizo una confesión, le dijo que un novio que tuvo la había “roto”, en otras palabras que ya había perdido su virginidad. Demetrio le dijo que eso no le importaba y se acostó con ella. Solo se acordaba de aquello de que para “gato viejo, ratón tierno”.
Demetrio fue a la finquita de Don Melisandro, el papa de la Matilde, el señor le reclamó que su hija tenía 14 años y le preguntó cuántos tenía él, y respondió que 65. ¿No le parece a usted que no es correcto que ande con mi hija, que puede ser su hija? Demetrio le dijo que lo único que tenía con la Matilde era una amistad sin ningún interés.
Por educación lo invitó a sentarse y comenzaron a platicar. Don Melisandro se quejaba de los altos costos que cobraban los que alquilaban los bueyes y el arado para preparar la tierra para la siembra de los frijoles. Una vez que se bebió el agua, Demetrio se despidió.
Una tarde, Demetrio fue a visitar a don Melisandro. Estaba contento y le agradeció el envío de la yunta de bueyes y el arado, y le pregunto que cuánto le debía por el alquiler. Demetrio le dijo que nada. Que era un obsequio de su parte, que solamente había pasado por la casa para entregarle la Carta de Venta de los bueyes y del arado. Don Melisandro le dijo que por favor no se fuera y lo invito a sentarse. A partir de ese día tuvo permiso para visitar a la muchacha.
Al siguiente fin de semana, Demetrio llegó con la camioneta llena de comida, frijoles, aceite, tallarines, sardinas, azúcar, arroz y una botellita de ron plata para Don Melisandro, ocasión que aprovechó para pedirle un pequeño favor. Quería construir un pequeño cuartito pegado a la casita, que por cierto era de piso de tierra, la cocina eran tres piedras, pero tenían luz y agua.
Don Meli, como cariñosamente le llamaba Demetrio, aceptó pero eso sí, sin papeles. Cuando el apartamento se terminó de construir, no decía nada por fuera. Las paredes eran de piedras cantera sin repellar, pero por dentro era todo un lujo, hasta aire acondicionado le puso, refrigeradora, cocina, cama Luna, piso de cerámica. Chiquito pero confortable. Su “nidito de amor” fue bautizado por los dos tortolitos.
Matilde sufrió una gran transformación, lo primero fue dejar de ir a vender collares a la playa. Viajó a la capital, lo primero fue ir a una Sala de Belleza donde le “destroncaron los pelos de las patas”, una de las frases usada por Matilde cuando le contó a su mamá en detalle todo lo que le hicieron. Le compro ropa, especialmente pantalones bien apretados y los llamados tops.
Como solo había aprobado cuarto grado, personalmente la llevo a la Escuela en Masachapa, la matriculó en 5o grado, habló con la directora, le dijo que Matilde era su “hija de casa”, le puso maestro privado, porque no le “entraba” la aritmética.
Cuando cumplió sus 16 años, sacó su cédula y su pasaporte. Demetrio la llevó a Costa Rica, ocasión que aprovechó para hacerle un aumento en los pechos ya que la Matildita era pachita y lo que tenía eran dos limoncitos de mala muerte. Cuando regresó de Costa Rica lucía un buen par de toronjas.
Fue una transformación maravillosa, no solo en lo físico sino en lo intelectual. En San Rafael del Sur se matriculó en la Universidad, y logró sacar su licenciatura en Administración de Empresas.
Toda esta historia comenzó en el año de 1997. A estas alturas, Matilde había cumplido 25 y estaba cada día mejor, delgada, bien vestida y, sobre todo, bien arreglada. Sin embargo, Demetrio con sus 76 a tuto, estaba panzón, era hipertenso, diabético y tosigoso porque fumaba como loco.
Hace un par de meses me los encontré en Montelimar. Demetrio jugaba Black Jack en el Casino y en la parte baja Matilde bailaba con Miguel, el apuesto dueño del cyber de San Rafael, compañero de Universidad y de la misma edad de ella. La Matildita se contorsionaba bailando la “quebradita” y en un bolerito los vi muy pegaditos. Inmediatamente me di cuenta que Miguel le estaba “jugando la comida” a Demetrio. No obstante ser amigos.
Demetrio era casado y con hijos. A pesar de estar enamorado de Matilde, siempre la consideró como “carnita de monte”, es decir que no era mujer de su altura para ser su esposa, “nec digna nec utilis”, que no pertenecía a su mismo rango social, como decían los romanos.
Con el tiempo, la Matilde se volvió más exigente. Ya no le gustaba vivir en Masachapa; quería vivir y trabajar en Managua. Para qué vas a trabajar, le decía Demetrio, si yo te doy de todo. La Matilde le respondía: Pues para ejercer mi carrera, que para eso estudié. Además, si tanto decís que me querés, entonces por qué no te casás conmigo y me ponés una casa en Managua. A esto Demetrio nunca le contestaba.
Hace unos días me encontré a Demetrio en Masachapa, me contó que llegó a visitar a la Matildita, pero don Melisandro le dijo que no estaba. Que Miguel, el dueño del cibercafé de San Rafael había venido a llevársela y que se iba a casar con ella. Que ante semejante oferta, pues además de “honrar a su hija”, le callaría las “tapas” al vecindario, no tuvo más remedio que dejarla ir.
Hombre, Demetrio —le dije— eso era de esperarse; a vos te pasó igualito que la película Mi Bella Dama, basada en la novela Pigmalion, de Bernad Show. Le conté la historia de cómo un profesor logra convertir a una joven del arrabal en una verdadera dama. Pero el clavo fue que al final el profesor se enamora de la muchacha, pero éste no quiso casarse, entonces ella se casa con otro.
Nos despedimos, Demetrio tenía una mirada triste. Jugó con fuego y salió quemado. Ahora se quedó sin Beatriz y sin retrato, pues su esposa nunca le perdonó sus andanzas con Matilde. Jamás me quiso hacer caso. Siempre le dije que usara la política del colibrí, “picar y salirse”, pero no, él se enranchó con la chavala y ahora en lo poco que le queda de vida, pagará las consecuencias de su soledad.