Carlos Gardel: A los 70 años de su “tránsito hacia la inmortalidad”
José María Aguilar, guitarrista y compositor, aunque herido y con graves quemaduras, asombrosamente salvó su vida aquella tarde infernal.
Fue en el aeropuerto de Medellín, Colombia, el lunes 24 de junio de 1935, a las 14 horas y 52 minutos. Dos aviones F-31 de las empresas aéreas SACO y SCADTA se confundieron en un amasijo humeante. Un total de 15 personas fallecieron en el choque e incendio de los aviones. Entre los muertos, además de Gardel, estaban Alfredo Le pera, el guitarrista Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol, otro de sus guitarristas que moriría en un hospital poco después.
EI velocímetro del F-31 de la SACO se ha detenido en 100 millas por hora. Los relojes se han detenido uno detrás del Otro y el del pasajero CARLOS GARDEL a las 15 horas y siete minutos. Es esa época dos empresas competían. Una de ellas de origen alemán (Futura Lutfhansa en el mundo) y la otra SACO (Servicio Aéreo Colombiano), cuyo propietario Ernesto Samper Mendoza (abuelo del ex presidente de Colombia, Ernesto Samper) compró dos Aviones F-31 fundando la SACO.
eran empresas rivales. El enfrentamiento inevitable. La catástrofe inminente. El despegue del F-31 de la SACO, que hacía media hora había abordado CARLOS GARDEL, recorre 250 metros de la pista, y avanza velozmente. cuando lleva recorrido unos 510 metros, se encuentra de frente al avión “El Manizales” de la SCADTA, piloteando por el capitán Hans Thomas, quien ve venir al F-31 que tan solo ha recorrido unos 120 metros en el aire.
José María Aguilar, guitarrista y compositor, aunque herido y con graves quemaduras, asombrosamente salvó su vida aquella tarde infernal.
Poco después de ocurrido, fue entrevistado por el periodista y escritor Eros Nicola, en enero de 1936: “Carlitos había casi terminado sus compromisos con la compañía filmadora de sus películas, y sólo quedaba por rodar dos más, cosa que iba a hacer a su regreso de la gira, pues los directores querían que aprendiera inglés en ese ínterin, para poder filmar en ese idioma sus dos últimas películas. Le Pera había planeado la gira, de acuerdo con los empresarios De francisco y Reyes, pero Carlitos no estaba muy entusiasmado con la perspectiva de la misma: incomodidad en los hoteles en que nos alojábamos, malas comidas, en fin, una serie de pequeños hechos que, sumados a la falta de locales donde actuar, al extremo que en Bogotá lo tuvimos que hacer en la Plaza de Toros, había hecho que la gira adquiriera detalles enojosos que molestaban a Gardel. Por no disgustarse con Le Pera, Carlitos aceptó el viaje sin entrar a analizar las proyecciones del mismo. Gardel no necesitaba de ese viaje para arbitrarse recursos, sino que lo hizo por el afán de ayudar a sus amigos.
En Bogotá, Carlitos fue un gran suceso y por eso la gira se iba a prolongar por otras ciudades de Colombia y Venezuela.
El 24 de junio, almorzamos en un hotel vecino al campo de aviación de Medellín; a las 14 horas estaba anunciada la partida del avión que debía conducirnos, así que terminamos de comer y nos pusimos en camino al campo de aviación.
Carlitos, para eludir las efusividades del pueblo colombiano, salió por la puerta trasera del hotel y tomó con Le Pera un coche que lo condujo al aeródromo de la compañía SACO. Allí gran cantidad de público se había aglomerado para despedirlo.
Ya dentro del campo de aviación, nos dirigimos al costado del avión trimotor F-31, donde ya habían sido colocados los equipajes; las guitarras las llevábamos con nosotros.
Cercana ya la hora de la partida, un grupo de niñas de la sociedad de Bogotá rodeaba a Gardel, al que innumerables fotógrafos hacíanlo posar en toda forma; mientras varias personas le pedían fotos y autógrafos, otras le obsequiaban flores. Carlitos estaba muy contento y locuaz, aunque por momentos parecía estar muy preocupado.
Carlitos presentía “algo”
Gardel era profundamente fatalista y parece que ese día presentía que “algo” le iba a ocurrir, ese “algo” lo tenía preocupado, aunque el a ciencia cierta no podía justificar ni explicar.
Yo se lo hice notar y Carlitos, visiblemente emocionado, me contestó que no era nada; pero era evidente que alguna nube negra embargaba su alma.
– Mira, hermano, yo no sé si me estaré poniendo viejo, pero
te juro que me parece que algo grave va a pasar…
– No seas pesimista. Carlitos, ¿qué puede pasar?
Gardel, por toda respuesta, empezó a entonar suavemente “Mi Buenos Aires querido”
Un toque de campana y un prolongado silbato |e interrumpió la canción a Carlitos, y anuncio que debíamos instalarnos a bordo del trimotor.
Debo advertirle que este avión había sido adquirido recientemente en Norteamérica y efectuaba su primer viaje a Colombia, IIevándonos a nosotros como pasajeros; en consecuencia, aún la compañía SACO no conocía la capacidad y características del nuevo avión.
El piloto Samper tampoco conocía bien e| comando de la pesada máquina, y pese a ser un hombre joven y animoso demostró después su impericia al querer en toda forma que el trimotor remontara vuelo, viendo que la excesiva carga no |e permitía despegar de la pista del aeródromo Lo más sensato hubiera sido suspender e| vuelo; pero este escrito que el hombre propone y Dios dispone.
Nuevos abrazos, besos y pañuelos agitándose en amistosa despedida y uno a uno los pasajeros, que ya estábamos a bordo, fuimos sujetados a los asientos con unas correas adaptadas a la cintura del viajero.
Carlitos, siempre pesimista, se dejó atar e| cinto refunfuñando con un gesto de resignación que me impresiono. Cuando me llego e| turno a mi’, me negué a que me ataran e| cinturón, pretextando que deseaba tocar la guitarra.
Parece que Dios me ilumino en ese instante y que no estaba escrito que había llegado mi última hora; esa corazonada que tuve al no dejarme atar, es la causa de que yo este ahora Charlando con usted.
Carlitos, al ver que yo no quería ser atado, me miró extrañado. Parece que ese “algo” que el sentía le anunciaba a desgracia.
Serían poco más de las 14 cuando el piloto Samper puso en marcha el gran motor central del avión, que comenzó a deslizarse pesadamente sobre la pista del aeródromo; recorrió así unos cien metros sin conseguir despegar. En vista de ello, el piloto recurrió a los motores laterales y el ronco gemir de los mismos conmovió al avión.
Carlitos aventuró un chiste bien porteño:
– Che, hermano, este avión es un tranvía Lacroze…
Pero el trimotor no levantaba vuelo. Estaba demasiado cargado y llevábamos más de tres mil litros de nafta en los tanques. Cien metros más adelante, otro avión de la misma compañía se disponía a levantar vuelo en una ruta cruzada a la nuestra.
Nuevamente Samper movió las palancas del comando y la máquina, esta vez en forma más violenta y rápida, siguió deslizándose por la pista y a medida que avanzaba aumentaba la velocidad sin despegar ni diez centímetros del suelo… Siguió avanzando más y más…Ahora directamente al gran depósito de gasolina del aeródromo que almacena millares de litros de nafta…
¿Qué va a suceder, Dios mío?…
Se oye la voz de Gardel:
– ¡Oiga, che, piloto! ¿Dónde nos lleva? ¿Qué le pasa?
Pero Samper no oía ni veía nada. AI parecer el F-31 seguía avanzando peligrosamente contra el tanque de gasolina.
Veinte metros más adelante, el piloto maniobró desesperadamente con el timón de cola, y el pesado avión cambiando bruscamente de ruta, se apartó de la pista, y con la velocidad de un rayo embistió al otro avión, que con las hélices batiendo rabiosamente el aire se disponía a partir…
El choque fue horroroso, inenarrable; algo así como si cien quintales de dinamita hubiesen explotado simultáneamente Yo oí un crujido espantoso y fui lanzado contra una de las paredes de la cabina, al tiempo que un torrente de nafta en llamas inundaba el compartimiento de los pasajeros quienes desvanecidos formaban un montón con lo escombros y las maletas destrozadas.
¡Fue un instante terrible!
Carlitos, que iba sentado en uno de los primeros asientos de la cabina, estaba inmóvil; lo llamé a gritos, pero no respondió. Estoy seguro que le produjo una conmoción cerebral y murió instantáneamente.
El fuego avanzaba envolviendo todo, todo; yo huía entre las llamas para la parte trasera del avión y al llegar a la cola de la máquina con las manos y los codos conseguí romper los cristales de una ventanilla; el traje me ardía completamente y con horror sentí que mi cabello se iba chamuscando.
De pronto, en medio de la hoguera que era el interior de la cabina, oí unos gritos desgarradores, y un cuerpo se irguió de entre las llamas convertido en una tea humana. Era e pobre Riverol hecho una brasa.
– Hermano, sálvame… Aguilar, acordate que tengo ocho hijos…
Su horrendo clamor partía el alma, y yo, semiasfixiado por la nafta ardiendo me arranqué el saco y se lo eché sobre la cabeza, tratando de apagar el fuego que lo calcinaba…
¡Pobre Riverol!
Después… después… No recuerdo bien lo que pasó: las llamas me bloquearon, estaba sumergido hasta las rodillas en un mar de nafta ardiendo; hice un supremo esfuerzo e, implorando a Dios, me arroje por la ventanilla envuelto en llamas, y me desmaye…
Cuando recobré el sentido me encontré sobre el pasto a unos treinta metros de la hoguera que formaban los dos aviones incendiados. Lo primero que atine fue preguntar por Carlitos, por Barbieri, por Riverol, y volví a desmayarme…
¡Pobres amigos! ¡Pobre Carlitos! ¿Por qué no me habré muerto yo también?.. Por momentos pienso que hubiera sido mejor…”.
Carlos Gardel es el tango y el tango es Carlos Gardel. A través de los tiempos y de la geografía americana Gardel sigue viviendo.
Han transcurrido 70 años de su “tránsito hacia la inmortalidad”, pero para los amantes del tango, Gardel “cada día canta mejor”