El avión de la PANAGRA despegaba del viejo Aeropuerto Las Mercedes, iba a estudiar Derecho a España. Mientras las madres de mis compañeros se deshacían en lágrimas, mi mamá ni se mosqueaba, no quería darle ninguna importancia al hecho de que me fuera de Nicaragua a estudiar. Minutos antes de abordar el avión me sentenció: “¡te advierto que si te casas mientras estás estudiando te corto la pensión!”.
Como sabía que ella lo iba a cumplir me pasé casi diez años en Europa evitando casarme, estaba sentenciado. Sin embargo, tuve dos momentos de flaqueza donde casi rompo la promesa de volver soltero a Nicaragua. La primera fue cuando terminé mi carrera de abogado, tenía una novia, era una bella andaluza pelirroja. Me marché a Londres a estudiar un postgrado, pero le prometí que cuando lo terminara me casaría con ella. Una vez en Londres medité en la sentencia de mi mamá, le mandé una carta “dándole la quiebra”, sin embargo, a los dos meses me sentí desesperado y me regresé de Inglaterra a España a buscarla, fui a su casa, me recibió el padre y me dijo: “Aquí le dejó mi hija este anillo que le regaló, ella se marchó de casa y no tiene ningún medio para encontrarla”. Platicando con sus amigas me contaron que se había ido a un convento, nunca supe más de ella.
La segunda ocasión fue con Jane, una rubia Inglesa con la que sí habíamos hasta planificado la boda, nos iríamos a vivir a Atenas, donde tenía un trabajo ofrecido por un compañero de clases. Sin embargo, antes de aceptar el trabajo vine a ver a mi mamá a Nicaragua, ya estando aquí no quise regresar a Grecia. Le escribí diciéndole lo del cambio de planes, y la idea de venirse a vivir a Nicaragua, no le gustó, jamás volví a verla. A mis 28 años de edad era un solterón y con buenos trabajos, más bien me dedicaba a la buena vida, sin pensar en casarme. Tuve varias novias, pero nada en serio.
A los 29 años las Naciones Unidas, me dieron una beca para estudiar Derecho de Aguas en Mendoza, República Argentina. Nicaragua había firmado un convenio con la ONU, para la investigación de las aguas subterráneas en la zona del Pacífico, uno de los requerimientos era que Nicaragua tuviera un Código de Aguas. El trabajo de preparar la ley fue encomendado a mi persona. Antes de finalizar el postgrado fui entrevistado por una periodista, ya que era el primer nicaragüense que llegaba a hacer un postgrado en Derecho de Aguas a esa ciudad.
Cuando vi a la periodista, me volví loco, me enamoré perdidamente de ella, comencé a enamorarla, le propuse matrimonio y aceptó, le prometí regresar un mes después para celebrar la boda. En cuanto llegué a Nicaragua de inmediato fui a visitar a mi mamá para contarle lo que estaba pasando, llegué a Diriamba y la encontré sentada en su mecedora leyendo la Biblia y lo primero que le dije, fue “mamá, mamá le doy una gran noticia, me voy a casar”, levantó la vista y me dijo “está bueno pues” y continuó leyendo. En un gesto medio molesto y casi en voz alta le dije ¿y no me va a preguntar con quién jodido me voy a casar? Dejó de leer y me dijo “que pendejo que te veo”, ¡acaso soy yo la que me voy a casar con la mujer! La quedé viendo, di la vuelta y cambié de conversación.
Veintiséis años después mi hijo Piero que había terminado sus estudios y trabajaba en los Estados Unidos me llamó para contarme que se iba a casar, la reacción mía fue de un completo interrogatorio que con quién se iba a casar, cómo se llamaba la novia, quiénes eran sus padres, cómo era la familia, si tenían dinero, de qué color era, en fin una preguntadera de nunca acabar.
Piero después de escuchar las innumerables preguntas que le hacía, me contestó: ¿Papá, se te olvidó ya lo que te dijo la abuelita Zobeyda cuando vos te ibas a casar? Por si acaso, te lo voy a recordar “¿Acaso sos vos, el que se va a casar con la mujer?”.