Gilberto Bergman Padilla
Después de dos años de noviazgo, sin haber terminado su carrera en la universidad de Salamanca, Hermenegildo Tapia, del pueblo de Nandasmo, me dio que se iba a casar con Mari Pili, una rechoncha jovencita de la ciudad de Ávila y fijaron la boda para el 12 de octubre en la ciudad de la novia. Yo me puse muy contento porque ella era una chica muy simpática que estaba terminando su carrera de Filosofía y Letras.
De una cosa estaba seguro: Hermenegildo no se iba a graduar nunca. En los últimos tres años lo habían aplazado en la mayoría de las asignaturas. En vez de estudiar, se las pasaba todas las tardes jugando dados, fumando puros, leyendo el periódico ABC y por las noches tomándose sus vinos en los bares salmantinos. Cuando anunció su boda con la española, su mamá enviajó a España, Hermenegildo tenía planes para después de la boda. Sólo esperaría que Mari Pili se graduara y se regresaría a Nandasmo para hacerse cargo de la finca de su papá. Cuál fue mi susto cuando me dijo que su padrino de boda iba a ser nuestro Embajador en Madrid. Le comenté que mejor se buscara a otro, ya que éste, además de encabé, era un gran irresponsable.
Hermenegildo no me podía creer. Entonces le conté cuando el Embajador vino a Salamanca para ver el caso de un nica que se cayó del hueco del ascensor y se mató. En forma súper diligente el Embajador logró que prepararan el cadáver en la Facultad de Medicina y que una funeraria lo enviara a Nicaragua. Después de estar tres días en Salamanca se regresó a Madrid. No pagó el hotel ni a nadie. Con estos antecedentes, le sugerí que se buscara otro padrino, pero él me insistió que el Embajador era el escogido.
El 12 de octubre en Avila, se celebró la boda en la ciudad amurallada donde nació Santa Teresa de Avila, nuestro Embajador llegó en su Cadillac acompañado de la «Perla del Caribe», una estudiante puertorriqueña transformada en bailarina del famoso cabaret «Pasa Poga» y que había sido condecorada como «Hija dilecta de Nicaragua», en las frecuentes pachangas que hacía en su residencia.
La ceremonia religiosa fue muy formal y emocionante. Doña Manuela, la madre de Hermenegildo, no paró de llorar en toda la Ceremonia. Me decía que con este matrimonio sus nietecitos iban a ser «chelitos», como quien dice que «iba a mejorar la raza».
La fiesta se hizo en el club del pueblo. En la mesa principal estaba el Embajador, que empezó a empinarse unos hermosos tragos de coñac para calentarse. El resto de los invitados degustaba los vinos de la región.
Todo marchaba sobre ruedas cuando de pronto don Manolo, el padre de la novia, le dijo al Embajador que pronunciara unas palabras. Le dije que no era prudente que hablara, ya que le miraba los ojos casi volteados y hablaba con la lengua trabada; pero nadie me hizo caso.
El Embajador empezó diciendo que éste era un día muy especial, porque muy pocos nicaragüenses han tenido la oportunidad de contraer matrimonio en la amurallada ciudad de Santa Teresa de Ávila; habló de la belleza de Mari Pili y de la inteligencia y seriedad de Hermenegildo. Además, que como era doce de octubre, Día de la Raza, la ocasión era propicia para proclamar que esta boda erala «Venganza del Indio».
Los comensales, sorprendidos, se miraban unos a otros y nuestro Embajador continuó diciendo: Sí señores ésta es «la venganza del indio» porque los españoles cuando llegaron a Nicaragua se «hicieron» de nuestras indias y hoy Hermenegildo viene a España y se lleva a Mari Pili para Nicaragua.
Al terminar la frase, se le cayó la copa de coñac encima del vestido de la novia. Todo el mundo comenzó a murmurar y los comensales españoles muy enojados se fueron, poco a poco, de la fiesta. Dos estudiantes nicas levantaron en brazos al Embajador y lo montaron en su Cadillac junto a su «Perla del Caribe», que por cierto estaba media borracha.